
La renuncia como entrenador de La Lepra no se gestó tras la estrepitosa caída en Quilmes, venía de antes. El equipo juega pésimo desde hace tiempo, no consigue más que disgustos y la dirigencia no da en la tecla con la elección de jugadores y técnicos. El hincha, el único que verdaderamente sufre.
La humillante goleada que sufrió el Azul ante Quilmes no debe quedar en el olvido así nomás. No señor. Perder por dos o tres goles pasa, nadie está exento de caer en un juego que tiene a la derrota como una chance palpable y permanente. Pero que le hagan ¡7! ya es mucho. Muchísimo. Y jugar tan mal para colaborar con el equipo rival no tiene a esta altura explicación posible.
Eso es Independiente Rivadavia hoy, una suma de voluntades que no sabe dónde va, mal que le pese al hincha sufrido que siempre quiere ver ganar al club de sus amores.
Zapata, un técnico joven, con poca experiencia y caracterizado por una seria forma de trabajar, será el que pague los platos rotos. Es cierto, ganó solo un par de partidos desde que arribó y jamás le encontró la vuelta a la cosa. Ya se fue. Pero lo que catapultó al entrenador no fueron los siete puñales en el Centenario. La cosa venía de antes. Repasemos.
Gustavo Miguel Zapata asumió como DT Azul el 9 de noviembre de 2011. Disputó 9 partidos de los cuales ganó dos, empató tres y perdió cuatro.
Jamás logró que el equipo funcionara como tal y no pudo llegarle a la gente, acostumbrada a la efímera estadía de los técnicos y preocupada por la posición que ocupa La Lepra en la tabla de promedios.
Tuvo que reemplazar a Eduardo Carbini y Ricardo Dillon, dupla que estuvo a cargo del primer equipo tras la salida de Hrabina, que duró lo que un perro en misa.
El ex River sacó la cara tras las derrotas ante Boca de Corrientes (1-3 en el parque), River (3-0 en el Monumental) y la última, la más dolorosa, la estocada final: ante Quilmes (7-1).
Escuchó al presidente Vila decir tras la caída ante el Millonario: "A estos jugadores les hace falta una transfusión de sangre" y no dijo nada. Se las aguantó y siguió.
Debió soportar el violento apriete de los barras que irrumpieron en la práctica del pasado martes, ingresando al club con total libertad y amenazando a cuanto cuerpo se moviera por ahí. Siguió aguantando, aunque con evidente carga y cansancio.
Hasta que partió... Otro más y van...
Es decir que la decisión sobre su posible dimisión no nació en el sur de Buenos Aires. Nació aquí, en Mendoza, hace muchos días. Tal vez más de lo que podamos llegar a imaginar.
Párrafo aparte para el escandaloso rendimiento de los jugadores azules. Un plantel plagado de "figuras" que tiene todo a su disposición. Altísimos sueldos, autos, casas, traslados aéreos, todas las comodidades, etc. Y nada. No parecen querer atinar. No se entiende.
Es como si los de camiseta azul entraran anestesiados a disputar cada partido. Entonces, señores, no toda la culpa tiene que caer sobre el técnico aunque sí sobre los dirigentes, porque son ellos los que permiten la llegada de players que después no rinden. Más de doscientos profesionales han pasado por el club del parque desde que llegó Daniel Vila a presidirlo... Usted, simpatizante leproso, ¿a cuántos recuerda con aprecio?
El único que verdaderamente sufre este delicado momento es el hincha en las tribunas, o el que se pega a la radio, o el que lo ve por Tv cuando se puede. Ese que junta los cuarenta mangos para la entrada y a cambio recibe goleadas y frustraciones. Como dicen ellos mismos: "Los técnicos se van, los jugadores pasarán..."
Será difícil de olvidar la goleada que le propinó el Cervecero y que sirvió como empujón final para un adiestrador novato. Y será difícil no pretender que el simpatizante, el próximo partido, pida a gritos la salida de otros que no hacen mucho para sacar a Independiente de esta delicada situación.
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