
La sombra de la condena. El conjunto del Negro Palma nunca supo torcerle la muñeca a las mañas del tatengue, profundizó la angustia del castigado pueblo canalla y la tristeza se transformó en una impotencia desgarradora en las tribunas.
Por más que las matemáticas todavía muestren una pequeña luz al final del camino, Central adelantó ayer su condena. La derrota 1 a 0 con Unión fue un cachetazo gigante que prácticamente lo obliga a resignarse a permanecer una temporada más en la B Nacional. El conjunto del Negro Palma nunca supo torcerle la muñeca a las mañas del tatengue, profundizó la angustia del castigado pueblo canalla y la tristeza se transformó en una impotencia desgarradora en las tribunas. Es que la última plaza de promoción quedó lejos del alcance de la mano (seis puntos sobre nueve en juego) y la ilusión se esfumó con una nueva oportunidad dilapidada de local.
En el primer tiempo, Unión dio una clara muestra de carácter y solidez. Su rendimiento fue de menor a mayor y terminó consolidándose como el dueño de las acciones durante esa etapa. Sin lujos, pero con una apreciable dosis de oficio y solvencia puso a Central contra el paredón de su impericia y explotó cada vacilación de la última línea.
Velázquez abría surcos por la izquierda, los ex leprosos Rosales y Pérez estaban atentos para improvisar y abrir grietas en las inmediaciones de Bava, y por el otro costado Delgado ofrecía muchas ventajas que eran aprovechadas convenientemente por la visita.
Si bien Central tuvo algunas chances, como los tiros en los postes de Lazo y Toledo, en la cancha quedó evidenciado que Unión daba mayor sensación de equipo, que había más eslabones en su estructura de generación de juego y que construía los méritos suficientes para acercarse con merecimientos a la victoria.
Por eso no extrañó la apertura del marcador de los tatengues. A los 19’ Quiroga remató y dejó veneno en el área local. Los rebotes descolocaron a Bava y le sirvieron el primer gol a Velázquez, quien sólo tuvo que empujarla ante la incomprensible pasividad auriazul.
Central no contenía en el medio, sufría atrás y era leve en ataque. Se redujo a intenciones estériles. Para colmo, Braghieri se lesionó, a los 34’, y no había centrales en el banco por lo que tuvo que ingresar Rivarola y Delgado pasó a la zaga en una función poco habitual. Otra demostración de la confusión reinante en el búnker centralista.
En el complemento, Unión fue más amarrete. Trató de ponerle un candado a su cueva y se limitó a tratar de sacarle rédito a los contragolpes y a la ansiedad de su adversario. En tanto, Palma intentó darle más pimienta en ataque a su equipo con los ingresos de Coniglio y Figueroa, pero Central siempre estuvo quebrado, con vuelo raso en la elaboración y errático en la puntada final.
A los 26’, Figueroa tuvo su chance por izquierda. A los 31’, Carrizo se hizo un hueco por el centro de la cancha. Y a los 33’ apareció una volea de Coniglio. Todas las ambiciones canallas se rendían ante la seguridad de las manos de Limia, que cumplió un papel determinante y tranquilizador en el tramo más caliente del encuentro.
Después Zarif pudo llevar la historia a la estación del empate pero su remate se fue cerca del palo izquierdo. A partir de allí, Central se entregó a su tormentoso devenir y la sombra de otra enorme frustración lo dejó alterado, sin consuelo, con muchos interrogantes en un oscuro horizonte.
LA CAPITAL
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