En un flojo partido de fútbol, Liniers y Luján igualaron sin goles en Villegas. De este modo, y consumada la victoria de Talleres, la “Topadora del oeste” ahora comparte la punta del campeonato con el conjunto de Remedios de Escalada, a merced de lo que suceda mañana con Deportivo Laferrere, que podrá quedar solo en la cima si vence a Midland de visitante.
En lo estrictamente futbolístico, el encuentro fue mediocre. Como era de esperar, Liniers fue el que tomó la iniciativa e intentó monopolizar el balón desde el arranque. Si bien lo hizo, en primer término hubo un factor que conspiró contra el normal traslado de la pelota: el viento, que estuvo a favor de los visitantes durante los primeros cuarenta y cinco minutos. Luego, la impronta de los jugadores locales. Se sabe, que en fútbol, como en los demás deportes, los protagonistas no siempre se levantan con las mismas luces. Y hoy, esa causa fue la que derivó en el parvo desempeño de los dirigidos por Osvaldo Ruggero.
La salida desde atrás se hizo lenta, y eso posibilitó que Luján se anime más a buscar el ataque. Igualmente, nunca llegó a poner en apuros a Marcos Fernández. Para eso, había que dejar ciertos temores de lado. Ser más audaz. Pero el entrenador visitante, Francisco López, en ningún instante cambió su libreto. Sus dirigidos jugaron como el soldado que cumple su deber en el frente de batalla, o como una disciplina militar. Y ello, difícilmente proporcione placer a la vista de quienes saben apreciar el fútbol. Además de ser ineficaz en la mayoría de los casos. Pero, claro, enfrente estuvo Liniers. Que, audacia y talento son sus cartas de presentación. Ahora, bien, como decíamos al comienzo, los muchachos del “Celeste” no tuvieron una buena tarde. Pero, además, nos vemos obligados a señalar un nuevo agente: el árbitro. Jamás (los lectores de esta página podrán atestiguarlo) este escriba se refirió a la labor de un juez. Sin embargo, en el caso de este cotejo debemos aceptar la excepción. La actuación de Fernando Velarde fue paupérrima. Sus defectos superaron lo imaginable. Aunque, lo peor, fue su soberbia.
Es cierto que se debe jugar más con las piernas, y con la cabeza que con la boca (los jugadores de Liniers incurrieron en la protesta constantemente), pero también es cierto que hay árbitros que se creen dioses y ése es un gran pecado. Cuando el hombre se cree dios se acerca más que nadie al infierno. Porque el fútbol, lo seguiremos diciendo hasta el cansancio, es un espectáculo en el que hay que saber reconocer la magia de quienes tienen talento. Precisamente, para este árbitro, lo talentoso debe ser interrumpir el juego ilimitadamente. Como lo hicieron los “Lujaneros” con Román Gnocchi cada vez que agarró la pelota. O con Juan Brunetti, o con aquel golpe artero que recibió Oscar Romero en la mitad de la cancha, y que le provocó un profundo corte en el párpado derecho. Lamentable. Ni siquiera lo salvó el penal que cobró a favor del “Celeste” (Hugo Palmerola elevó su remate a los 13 de la parte final). Fue una de las pocas que acertó. De todas maneras, para que quede claro, no se le está echando la culpa al árbitro por la no obtención de los tres puntos. La crítica radica en el atentado contra un espectáculo digno de contemplación y admiración, que proporciona belleza y alegría, cuando está jugado con sentido de juego.
Esta vez, no se pudo disfrutar del triunfo. Igualmente, nos quedó la satisfacción de saber que cuando hubo que poner lo que se tiene que poner en este tipo de partidos, aún en la adversidad y cuando las cosas futbolísticamente no salen, Liniers cumplió.
HÉCTOR QUATRIDA
En lo estrictamente futbolístico, el encuentro fue mediocre. Como era de esperar, Liniers fue el que tomó la iniciativa e intentó monopolizar el balón desde el arranque. Si bien lo hizo, en primer término hubo un factor que conspiró contra el normal traslado de la pelota: el viento, que estuvo a favor de los visitantes durante los primeros cuarenta y cinco minutos. Luego, la impronta de los jugadores locales. Se sabe, que en fútbol, como en los demás deportes, los protagonistas no siempre se levantan con las mismas luces. Y hoy, esa causa fue la que derivó en el parvo desempeño de los dirigidos por Osvaldo Ruggero.
La salida desde atrás se hizo lenta, y eso posibilitó que Luján se anime más a buscar el ataque. Igualmente, nunca llegó a poner en apuros a Marcos Fernández. Para eso, había que dejar ciertos temores de lado. Ser más audaz. Pero el entrenador visitante, Francisco López, en ningún instante cambió su libreto. Sus dirigidos jugaron como el soldado que cumple su deber en el frente de batalla, o como una disciplina militar. Y ello, difícilmente proporcione placer a la vista de quienes saben apreciar el fútbol. Además de ser ineficaz en la mayoría de los casos. Pero, claro, enfrente estuvo Liniers. Que, audacia y talento son sus cartas de presentación. Ahora, bien, como decíamos al comienzo, los muchachos del “Celeste” no tuvieron una buena tarde. Pero, además, nos vemos obligados a señalar un nuevo agente: el árbitro. Jamás (los lectores de esta página podrán atestiguarlo) este escriba se refirió a la labor de un juez. Sin embargo, en el caso de este cotejo debemos aceptar la excepción. La actuación de Fernando Velarde fue paupérrima. Sus defectos superaron lo imaginable. Aunque, lo peor, fue su soberbia.
Es cierto que se debe jugar más con las piernas, y con la cabeza que con la boca (los jugadores de Liniers incurrieron en la protesta constantemente), pero también es cierto que hay árbitros que se creen dioses y ése es un gran pecado. Cuando el hombre se cree dios se acerca más que nadie al infierno. Porque el fútbol, lo seguiremos diciendo hasta el cansancio, es un espectáculo en el que hay que saber reconocer la magia de quienes tienen talento. Precisamente, para este árbitro, lo talentoso debe ser interrumpir el juego ilimitadamente. Como lo hicieron los “Lujaneros” con Román Gnocchi cada vez que agarró la pelota. O con Juan Brunetti, o con aquel golpe artero que recibió Oscar Romero en la mitad de la cancha, y que le provocó un profundo corte en el párpado derecho. Lamentable. Ni siquiera lo salvó el penal que cobró a favor del “Celeste” (Hugo Palmerola elevó su remate a los 13 de la parte final). Fue una de las pocas que acertó. De todas maneras, para que quede claro, no se le está echando la culpa al árbitro por la no obtención de los tres puntos. La crítica radica en el atentado contra un espectáculo digno de contemplación y admiración, que proporciona belleza y alegría, cuando está jugado con sentido de juego.
Esta vez, no se pudo disfrutar del triunfo. Igualmente, nos quedó la satisfacción de saber que cuando hubo que poner lo que se tiene que poner en este tipo de partidos, aún en la adversidad y cuando las cosas futbolísticamente no salen, Liniers cumplió.
HÉCTOR QUATRIDA
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